Con frecuencia y no sin razón se afirma que un sistema carcelario debe servir para reeducar a un delincuente para que este, una vez cumplida su condena, pueda reincorporarse a la sociedad. Pero la realidad muestra que ello no sucede en nuestro país, salvo pocas excepciones. La experiencia también demuestra que en cualquier situación de encierro, el arte nos permite salir de este y volar con la imaginación y materializarlo de alguna manera. Hace pocos días los asistentes al Centro Cultural Virla se conmovieron con la historia de un joven de 28 años que estuvo preso durante cinco años en un instituto de menores y luego en una cárcel.
César González que firmaba sus trabajos con el seudónimo de Camilo Blajaquis, contó que el profesor de magia Patricio Montesano que dictaba uno de los talleres en la prisión, les hablaba del capitalismo, del sistema, de la división de clases, los hacía pensar, pero no por ello la realidad le pegaba menos. “En la cárcel me torturaban y me rompían los huesos por leer. Esto es literal, no exageración. Me rompían los libros porque le cuestionaba cosas a la psicóloga, a la trabajadora social. Me rompían poemas, no me dejaban tener lapiceras en la celda”, contó.
González es autor de tres poemarios, de cinco cortos y de cuatro largometrajes. Tuvo la suerte de que este hermano-amigo se le cruzó por la vida y le llevó libros relacionados con sus problemas, con lo que él estaba viviendo. “No me trajo ciencia ficción ni novela rosa. Me trajo ‘Vigilar y castigar’, de Foucault y yo lo leí estando preso. Es otra cosa. Es otra cosa ser pobre, explotado, castigado, subnormal, subproletario y leer a Marx que leerlo siendo una persona de clase media y sensibilizarte con los pobres. Con el autor que sea pasa lo mismo cuando te habla de tu realidad. Antes de leer todo esto yo pensaba que era natural que fuese pobre, que nací en una villa porque quise, que la gente es pobre porque quiere... Son cosas que hoy muchísima gente cree; hasta antes de leer yo creía que todo lo que me pasaba me lo merecía. Es lo que te dice la gente y te la creés. Entonces leyendo me di cuenta: ‘ah, no es natural la pobreza; es, como mínimo, una consecuencia de un sistema’. Y me pregunté cuándo nació la villa en la que yo nací, que había una dictadura en el país, entonces te das cuenta ‘ah, no fue tan casualidad’. Hay una explicación de por qué unos nacen en una villa y otros en un country”, dijo en su charla con un cronista de LA GACETA.
Un cóctel de miseria, de villa emergencia, de drogas y robos como el de muchos chicos que delinquen, fue su vida. Tuvo la suerte de alguien con verdadera vocación docente y con calidad humana le abriera las ventanas hacia otra vida a través de la filosofía, la literatura, la historia. Ello evidencia la importancia de las artes en la educación de una persona. Evidentemente, en González había también un talento que estaba tapado por un sistema opresivo que lo arrinconaba en la marginalidad y el delito. No sólo en una cárcel, también en una escuela o colegio, si el docente es capaz de despertarles la curiosidad a sus alumnos, hacerlos viajar juntos por los mundos del arte y de la ciencia, de enseñarles a pensar y a tener un juicio crítico, estaremos dando un paso adelante como sociedad.
Si los reclusos viven en condiciones infrahumanas y son tratados como escoria, difícilmente puedan escapar a su sino una vez que purguen su condena. Sólo con educación se puede escapar de la marginalidad porque es liberadora y en ese sentido, es fundamental para que el hombre construya su propia dignidad y su destino.